miércoles, 29 de octubre de 2014

Serlojom, sé que es un nombre raro.

Colega, admítelo, tú no sirves para esto
Pues aquí estoy yo, Serlojom, gran nombre, ¿eh?
Ya, sé que es muy feo, demasiado feo… Bueno, pero, ¿qué importa todo lo demás si uno es listo?
Sí, creeréis que es tan molón como ser el mejor jugador de fútbol, pero, ¿sabéis qué se siente cuando eres un empollón al que todos los días los matones le pegan uno, dos o incluso tres puñetazos?
Creo que no. No os podéis imaginar cómo es mi mundo. Los tres empollones contra los cinco matones. Suena bastante mal, ¿verdad?
¿Pero qué se puede hacer teniendo unos padres con prisa, que no paran nunca, ni para hablar con el director de mis maravillosas notas?
Y, claro, no creáis que las chicas quieren empollones, ellas quieren chicos fuertes, y solamente con mis doce años de edad, ¿alguien cree que voy a ser fuerte?
¡Qué horror de vida, los matones siempre se están riendo de mí! ¡Mi padre viene, me tengo que ir al cole! ¡Socorro!
-Hola, chicos. ¿Han venido ya los matones?-les pregunté a mis amigos.
-No, ni rastro de ellos-me respondió Gael (en verdad se llama Gerónimo Anónimo, pero como no le gusta ese nombre, le llamamos así).
-¡Ahí están los empollones!-gritó un matón.
-¡Echad a correr!-le grité a mis amigos.
-¡Colega, admítelo, tú no sirves para esto!-exclamaron mientras íbamos haciendo una pirámide (de tres niños).
Cuando conseguí que los dos de arriba se metieran al otro lado de la valla del cole, eché a correr y me escondí. Los matones no habían visto lo que acababa de pasar, porque les estaba riñendo un profesor.
Se estaban acercando… se oían unos pasos…
¡Salí de mi escondite y reanudé la carrera mientras los matones me perseguían!
-¡Ven aquí, científico loco!-gritaban ellos.
Llegó por fin el glorioso momento en el que sonó el timbre para entrar en clase.
Paré a descansar, pero… ¡Los matones me rodearon!
-Hoy, por escaparte, recibirás el doble de puñetazos-decían mientras preparaban sus dedos haciéndolos crujir con un ruido ensordecedor.
Yo estaba inmóvil.
-¡Señoritos!-exclamó un profesor desde el otro lado del patio-. ¡Dejen a ese pobre niño y suban a sus clases!
Ellos, con gestos angelicales, obedecieron rápidamente.
-Serlojom, ¿te has hecho daño?-me preguntó.
-No, señor-le respondí intentando colocarme las gafas.
-Estás sudando; lo mejor será que te pongas la chaqueta y te eches un poco de agua en la cara.
Yo no me lo creía. ¡Una chaqueta!
-Sí, sí, señor-respondí.
Me levanté del suelo (por si no sabéis que me había asustado tanto que me había tirado) y fui caminando despacio a clase.
Cuando volví a casa, mis padres seguían tan atareados como siempre; mi madre limpiaba y mi padre, que estaba en la cama, no hacía más que quejarse:
-¡Me duele el hombro, creo que me lo he roto!
-Ya voy- ésta es mi madre.
-¡Un vaso de agua, que me voy a disecar!
-Ahora mismo, espera que termine de limpiar la cocina.
-¡El dedo!
-Sí.
-¡La nariz!
-Sí, sí.
Todo eso y más, pero ni siquiera se dieron cuenta de que había llegado. De modo que subí a mi habitación e hice los deberes. Ya, no había comido, pero es que mi madre le había dado toda la comida a mi padre, porque decía que comía muy poco y si seguía así dentro de unos meses se iba a morir.
Cuando terminé los deberes me fui al parque.

¡Ah, por fin un poco de tranquilidad!

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