Colega,
admítelo, tú no sirves para esto
Pues aquí
estoy yo, Serlojom, gran nombre, ¿eh?
Ya, sé que
es muy feo, demasiado feo… Bueno, pero, ¿qué importa todo lo demás si uno es
listo?
Sí, creeréis
que es tan molón como ser el mejor jugador de fútbol, pero, ¿sabéis qué se
siente cuando eres un empollón al que todos los días los matones le pegan uno,
dos o incluso tres puñetazos?
Creo que no.
No os podéis imaginar cómo es mi mundo. Los tres empollones contra los cinco
matones. Suena bastante mal, ¿verdad?
¿Pero qué se
puede hacer teniendo unos padres con prisa, que no paran nunca, ni para hablar
con el director de mis maravillosas notas?
Y, claro, no
creáis que las chicas quieren empollones, ellas quieren chicos fuertes, y
solamente con mis doce años de edad, ¿alguien cree que voy a ser fuerte?
¡Qué horror
de vida, los matones siempre se están riendo de mí! ¡Mi padre viene, me tengo
que ir al cole! ¡Socorro!
-Hola,
chicos. ¿Han venido ya los matones?-les pregunté a mis amigos.
-No, ni
rastro de ellos-me respondió Gael (en verdad se llama Gerónimo Anónimo, pero
como no le gusta ese nombre, le llamamos así).
-¡Ahí están
los empollones!-gritó un matón.
-¡Echad a
correr!-le grité a mis amigos.
-¡Colega,
admítelo, tú no sirves para esto!-exclamaron mientras íbamos haciendo una
pirámide (de tres niños).
Cuando
conseguí que los dos de arriba se metieran al otro lado de la valla del cole,
eché a correr y me escondí. Los matones no habían visto lo que acababa de
pasar, porque les estaba riñendo un profesor.
Se estaban
acercando… se oían unos pasos…
¡Salí de mi
escondite y reanudé la carrera mientras los matones me perseguían!
-¡Ven aquí,
científico loco!-gritaban ellos.
Llegó por
fin el glorioso momento en el que sonó el timbre para entrar en clase.
Paré a
descansar, pero… ¡Los matones me rodearon!
-Hoy, por
escaparte, recibirás el doble de puñetazos-decían mientras preparaban sus dedos
haciéndolos crujir con un ruido ensordecedor.
Yo estaba
inmóvil.
-¡Señoritos!-exclamó
un profesor desde el otro lado del patio-. ¡Dejen a ese pobre niño y suban a
sus clases!
Ellos, con
gestos angelicales, obedecieron rápidamente.
-Serlojom,
¿te has hecho daño?-me preguntó.
-No,
señor-le respondí intentando colocarme las gafas.
-Estás
sudando; lo mejor será que te pongas la chaqueta y te eches un poco de agua en
la cara.
Yo no me lo
creía. ¡Una chaqueta!
-Sí, sí,
señor-respondí.
Me levanté
del suelo (por si no sabéis que me había asustado tanto que me había tirado) y
fui caminando despacio a clase.
Cuando volví
a casa, mis padres seguían tan atareados como siempre; mi madre limpiaba y mi padre,
que estaba en la cama, no hacía más que quejarse:
-¡Me duele el
hombro, creo que me lo he roto!
-Ya voy-
ésta es mi madre.
-¡Un vaso de
agua, que me voy a disecar!
-Ahora
mismo, espera que termine de limpiar la cocina.
-¡El dedo!
-Sí.
-¡La nariz!
-Sí, sí.
Todo eso y
más, pero ni siquiera se dieron cuenta de que había llegado. De modo que subí a
mi habitación e hice los deberes. Ya, no había comido, pero es que mi madre le
había dado toda la comida a mi padre, porque decía que comía muy poco y si
seguía así dentro de unos meses se iba a morir.
Cuando
terminé los deberes me fui al parque.
¡Ah, por fin
un poco de tranquilidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario